miércoles, 27 de septiembre de 2017

Delirio.

La última vez que ella le vio, tenía los labios cuarteados.
Lo recuerdo bien, me dice, la boca me sabía a bálsamo de miel de abeja de la farmacia de la esquina.
Y llevaba un ramillete de petunias maltrechas por las inclemencias del tiempo.
Ay. Se lamenta haciendo un mohín de pintura labial rancia mientras extiende con un dedo artrítico el color cremoso y desvaído por cada grieta de su minúscula boca, que como las raíces de un árbol en la tierra húmeda de la mañana, se abren paso entre su carne.

Tenía los pies helados, afirma entrecerrando los ojos. Una mueca de dolor muy alejado de lo físico se dibuja en su rostro.
Y el día, el día era una especie de masa de aire comprimido y tenso de un color turbio, gris.
"Aquella mañana me mareé cuando salí a la calle. El pavimento se tornó poco conciso. Por un momento me vi incapaz de vislumbrar algo más que no fuese una cortina negra y relampagueante"
Le crujen las piernas cubiertas por unas medias finas y polvorientas. Yo la miro sin saber muy bien que decir.

Tuvieron que caer las primeras gotas. No me lo dice, pero lo sé. Y de seguro que también tuvo que sentir como una laguna se había formado dentro de sus zapatos, para lograr desviar la atención, estirar las manos y que la piel agrietada se abriese de par en par, para dejar fluir la sangre cortante y coagulada.
Sería entonces, en ese preciso instante, cuando se percató de su presencia.
Lo encontró rígido, aterido por el frío. Llevaba una boina burdeos, se lamenta. Y las manos en los bolsillos. Y se había quitado la barba.
Su cuerpo se hallaba ligeramente inclinado hacia la derecha. "Que seguramente no sería la tuya", me dice, "Soy zurda. Pero sé que se refugiaba en los soportales de la iglesia"

La corona de flores que antaño había llevado prendida se deshizo. Ninguna flor es capaz de resistir la tormenta si se encuentra a la intemperie. Si tiene el corazón forjado con cristales rotos, con el pesar de los años y las desesperanzas.
A nadie le gusta bailar solo, dice ella sin mirarme. A nadie le gusta que lo abandonen en mitad de una canción. Que cada nota. acorde y despunte de la melodía te martiricen el pecho haciéndote un nudo entre costilla y costilla. Y que se te clave en lo más profundo, cada vez más hondo, cada vez más fuerte.
Por un momento creímos encontrar el remedio, la cura para nuestra soledad maldita, que algún día empezaría a llover de otra manera. Porque de felicidad también se llueve, asiente extendiendo su mano hacia el borde de mi falda.

Y que la gravedad nos ancle y nos entierre. Y que la tierra nos sea leve a todos los que en nuestro paso por ella no aprendemos a vivir. A aquellos que caminan echando de menos ese acontecimiento que jamás ocurrió pero que les hubiese proporcionado la chispa definitiva que le faltaba a la mecha, ya prendida, para arder.

La que nace perdida no encuentra el camino nunca, muchacha.
Creerás verlo en los bordes del trayecto, mirándote con unos ojos claros, de seguro. A veces te servirá para forjarte una realidad, probar el fuego y conocer que se siente en esos instantes alejada del frío.
En otras ocasiones, te confundirá y perderá.

"Pero recuerda, te tienes"

Me tengo.

La observo dormirse.
Pero todavía hay veces en las que se agita en sueños murmurando su nombre.

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